Mi Viejo Violín
Allá por 2016, mi querida familia tuvo la maravillosa idea de regalarme un violín, con la firme intención de que empezara a tomar clases y traer a la realidad una vieja y nunca materializada querencia mía.
Al poco de empezar con las clases y su uso, cada vez me sentía más identificado con el instrumento, aunque con un cierto pesar: sentía que mi violín era algo nuevo y, por recién comprado, un tanto artificial.
Y me entró el gusanillo en el cuerpo de tener un "nuevo" violín más cálido y en cuyo tacto sintiera su madera y su armonía... y me puse a bichear por esos internetes del mundo.
Y encontré que, en Logroño, un músico tenía un violín viejo, rajado y desbaratado, que muchos años atrás habían encontrado en algún olvidado desván, y le dolía en el alma que ese instrumento no tuviera más futuro que permanecer viejo y roto en un rincón... y me lo vendió.
Para cuando me llegó el violín, ya me había hecho un "mini-master" de vídeos y vídeos de luthiers en youtube, y construido o adquirido el utillaje y materiales necesarios para los trabajos esenciales de tan noble arte.
Este era el violín, cuando llegó.
Primer paso, abrir la tapa del violín. Dos cuchillos ultrafinos y agua muy caliente y... todo un "salto al vacío"...
Ahí veo que el violín , en su origen, es una copia de un modelo Stradivarius, hecho en Alemania. Ni sé, ni pude averiguar, ni en qué fecha ni de qué modelo.
Y ¡primera sorpresa!. La tapa parecía ser un añadido "de reparación" en algún momento de la vida del violín, porque el acabado interior resulta muy burdo, muy irregular y nada calibrado su grueso y cuya barra armónica es una parte "medio labrada" de su madera y no un añadido...
Así que, tarea no prevista. A echar mano de gubias y dejar medio decente ese interior de la tapa, con un grueso menor y más uniforme.
A continuación, era el momento de reparar las rajas y demás daños de la tapa, reforzando con plaquitas del mismo abeto de los regruesos sacados de la tapa, para que fuese la misma madera con sus mismas características.
Además había que añadir la barra armónica, que le hice de un listoncillo de abeto, así que me dispuse a pegar todo de la forma tradicional, con de cola de conejo, bien calentada al baño maría, para que la consistencia y sonoridad de los materiales mantuvieran ese continuo orgánico en toda la tapa.
A renglón seguido, volví a teñir las clavijas, el diapasón, el cordal y su botón... y recuperé y volví a pegar la etiqueta del fabricante.
Y llegó el momento de un segundo "salto al vacío".
Me fabrique, de madera y con varillas roscadas, las sujecciones necesarias para todo el contorno del violín y, de nuevo con cola de conejo, lógica y dificultosamente, llegó el momento de pegar la tapa al cuerpo... (a mí no me llegaba la camisa al cuerpo... del estrés cercano al pánico)
Et, ¡voila! Le puse todos sus aditamentos sencillos: las cuerdas nuevas, sus microafinadores y la barbada...
... Y los más complejos, un nuevo puente y el alma, que ajusté debidamente y que también me costaron lo suyo.
Y ya tenía mi violín... (o casi...)
Porque pasó lo que tenía que pasar... Que ni el color de su barniz ni su tacto me resultaban agradables. Parecían demasiado satinados y no dejaban ver la belleza de las vetas de su madera, particularmente en el dorso de arce flambeado...
Y tras mucho dudar y con más miedo que vergüenza, el tercer "salto al vacío".
Me dispuse a levantar y raspar todo el barniz y teñido de esa parte de detrás...
... y después, porque así tenía que ser, todo el cuerpo y astil del violín (de esto no tengo foto)
Finalmente, y tras varias pruebas de tinte con nogalina, óleos y aceites, me decidí.
Lo teñí ligeramente y lo barnicé con goma-laca, pues me pareció el acabado más adecuado e integrado con el instrumento. Siento que tiene la rigidez justa para acompasar la vibración de la madera... (que estaré equivocado, pero a mi me vale)
Y este que ahora os presento, es MI VIEJO VIOLÍN:
Perdonad la dimensión de esta entrada, pero había mucho (y creo que muy bueno) que contar.
Espero que os haya gustado. Gracias.
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